Monday, January 30, 2017

Otra Joyita legionaria, también abandona la Legión y el Ministerio

Las Perlas al Collar

Así respondió Marcial Maciel cuando le preguntaron por qué, a diferencia de otras Congregaciones, había buenos religiosos en la dirección general: «Las Perlas al Collar». La pregunta la formuló un joven en el Cursillo de Formadores en una sesión de “questions”.

Se habían referido al caso de Javier de la Torre Castaño y su excelente labor en la pastoral juvenil… aunque en la jerga legionaria dijeron “su excelente labor en los clubes del ECYD”. Actualmente Pbro. Javier de la Torre, español pero ya incardinado en la arquidiócesis de Moneterrey, México.




Javier ingresó a la dirección general en 1999 realizando su juramento de “limpiar cristales” ese mismo año (en noviembre)… ¿Qué hizo? ¿Cuál era su área? ¿De qué se encargaba? No lo sabemos. Pero él, al igual que muchos otros de la DG pudieron tener un conocimiento más “profundo” del verdadero rostro de la Legión. Incluso los encargados de la portería aunque estaban lejos de los papeles y documentos, se enteraban de bastantes cosas: llegadas, salidas, pedidos a la farmacia (¿medicinas para Nuestro Padre o para algún padre inquieto como el P. Pablo Pérez?), hora de entrada y/o salida por la madrugada (había que abrir el portón). ¿Por qué Carlos Skertchly algunas veces llegaba tarde? ¿Qué él no era el “jefe” de las reuniones de personal? ¿Qué hacía fuera del centro por la noche? ¿Encargos? ¿De qué tipo?

Es interesante constatar cómo muchos miembros de la Dirección General considerados “perlas” o “joyitas” con conocimiento “interno” de la Congregación han ido saliendo paulatinamente. El último de ellos, otra joyita del sistema legionario: Rogelio Aguilera, quien al igual que Alejandro García (el del pianito) también dejó el ministerio.

No puede haber alegría por un sacerdote que deja el ministerio, pero ciertamente hay alegría por un hombre que encuentra su camino o inicia la búsqueda del mismo. Cientos de vocaciones en la Legión fueron inducidas producto de la maquinaria de reclutamiento.

Headquarters de la multinacional "Legionarios"


¿Cómo llegó Rogelio Aguilera a tener conocimiento de tantas cosas? Para llegar a la Dirección General se requiere una fuerte adhesión al sistema. Aunque es necesario añadir que no todos los de la DG tienen dicha adhesión, por eso sólo se dedican al “equipo auxiliar” o dentro de la secretaría/administración general a labores “genéricas”. Quienes logran ocupar algún puesto más “delicado” son previamente “valorados”. Tal fue el caso de Rogelio…

En primer lugar su currículum formativo: los formadores de su conciencia legionaria habían sido nada menos que Rosalío Elizondo (fue su maestro de novicios), Jesús María Delgado, Carlos Mora y Donal Clancy. Así, llegó a la Dirección General como humilde escribano, es decir redactor de correspondencia en la Secretaría General. Puesto que ocupó varios años hasta llegar a hacerse cargo del equipo de redactores; esto último es lo que le permitió acceder a mucha más información. Como Jefe del Departamento debía no sólo supervisar, sino coordinar las comunicaciones. La petición de redacción de un simple protocolo de autorización podía concretarse en una “página simple”: saludo, motivación, autorización o rechazo, despedida… pero el redactor y el Jefe de área habían tenido acceso a las comunicaciones “internas”, juicios, opiniones, razonamientos crudos, etc. «el DG me pidió que le comunicara que no le ha parecido conveniente, bla, bla, bla». Quizás la iniciativa era buena y conveniente, pero el área de la vida religiosa dijo que era un religioso problemático, o que podría haber conflicto con el Padre N, o que había planes para otro apostolado, o que la federación, etc., etc. La comunicación se redacta en bonito, en positivo, en politically correct y se esconden las causas verdaderas cuando la Verdad no acomoda… Emblemáticas son aquellas comunicaciones con indicaciones de “encapsular” a alguien, según supimos por Eloy Bedia… pero es otro tema.

Testimonio inducido de Rogelio en la página legionaria (imagen de enero de 2017)


Después de un tiempo, y ante la inquietud creciente de Rogelio Aguilera y sobre todo a raíz de los conflictos que su hermano exlegionario había tenido con la Legión (por derechos de autor de sus propios libros), salió “al apostolado” donde ante muchas inquietudes, entre ellas la ausencia de carisma, decidió buscar lo que Dios quería de él llevando una vida auténtica.

Rogelio no tenía la presencia mediática de Alejandro García, ni la propaganda como “superior” que tuvo José Luis Covarrubias; pero fue otra joyita del sistema legionario, al igual que Javier de la Torre, en su momento incluso consentido del camaleónico Arrieta.

Cuando Velasio de Paolis pronunció aquel hipócrita “parlate tra di voi, ditevi le cose” era imposible hablar con Rogelio; simplemente no daba espacio en su percepción de la realidad a las cosas que institucionalmente había hecho la Legión con tantas víctimas… debió de pasar mucho tiempo de reflexión y apertura sincera a la verdad para que esa “joyita” legionaria, dejara de serlo y pasara a ser una joya de Dios.

La historia de Rogelio continúa en su vida; nosotros nos quedamos con el contraste tremendo que se da en tantos casos de vocaciones inducidas a la Legión. En su testimonio “vocacional” Rogelio escribió «¿Sabes por qué jamás lo he dudado?» …más adelante narra que « ingresé al curso de discernimiento vocacional, aunque yo ya estaba decidido y seguro de mi llamado». Hoy sabemos que en lugar ser discernimiento vocacional, deberíamos hablar de adoctrinamiento. La decisión de Rogelio es otro testimonio más del fracaso legionario, como en su día dijimos de Santiago Oriol, de Thomas Berg, de Caesar Atuire y de tantas y tantas de la voracidad legionaria.

Crónica de la MENTIRA INSTITUCIONAL Legionaria



¡Venga tu Reino!

LaRed
«Donde hay caridad y amor, ahí está Dios»





LaRed, 5 de febrero de 2008




El último viaje de Nuestro Padre
El 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, estando presentes algunos legionarios

, apostólicos, miembros del Regnum Christi y familiares, fueron sepultados en Cotija los restos de Nuestro Padre. De este modo, la tierra que lo vio nacer, lo acogía nuevamente después de un largo y fatigoso peregrinar por el mundo. Fue una ceremonia discreta, pero profundamente sentida por todos los participantes y por quienes con nuestro pensamiento y oraciones viajamos hasta ese entrañable pueblito de México.
            El cuerpo de Nuestro Padre llegó temprano, a las cinco de la mañana.


Llegada del cuerpo de Nuestro Padre, en la madrugada, al Centro Cultural Interamericano.

La caja de madera, sobria, como lo había pedido Nuestro Padre, se colocó sobre el suelo de la capilla del Centro Cultural Interamericano. Apenas llegar se tuvo el responsorio de exequias.
 



El P. Evaristo Sada recita las primeras oraciones de las exequias

Después, los presentes comenzaron a velar sus restos, con el cirio pascual al centro. Se respiraba un ambiente muy especial de oración, recogimiento y gratitud. Paulatinamente fueron llegando familiares y amigos hasta que la capilla se llenó.


Las hermanas de Nuestro Padre: Maurita, Blanca María y Tere (al fondo)
oran ante el cuerpo de Nuestro Padre.


  
 
  




            A las 7.00 a.m. inició la celebración eucarística. Presidió nuestro director general, acompañado por nuestro vicario general, los directores territoriales de México y Monterrey, Mons. Jorge Bernal, Mons. Pedro Pablo Elizondo, y muchos sacerdotes más. El P. Álvaro inició su homilía con un significativo «Querida familia», porque eso era lo que se respiraba y se vivía: el encuentro de una familia para acompañar a su padre en estos momentos de despedida. Habló a los presentes sobre lo que Nuestro Padre le hubiera aconsejado para la homilía de esta ocasión, y comento que ante todo le hubiera pedido que hablara de Cristo y que invitara a todos a no entristecerse sino a permanecer alegres como dice el apóstol: “Estad alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres” (Fil 4, 4).



Narró cómo Nuestro Padre pudo realizar su deseo de morir con tranquilidad, en casa, rodeado de los suyos. Partió en medio de una gran paz, una paz que contagió a todos los presentes y, en definitiva, a todo el cuerpo de la Legión y del Movimiento. Comentó el anhelo de Nuestro Padre por llegar al encuentro definitivo con Dios, ilustrándolo con anécdotas como ésta: «Una vez un hermano que lo acompañaba a subir una montaña en el sur de Italia, le preguntó: “Nuestro Padre, ¿en qué está pensando?”, a lo que Nuestro Padre respondió: “Estoy pensando en el momento en que me presente ante el Padre solo en el cielo”».


El P. Álvaro durante su homilía

Nuevamente invitó a todos a no estar tristes, a recordar la expresión tan propia de nuestro vocabulario: «“Ánimo”. Y ánimo para todos nosotros legionarios y miembros del Regnum Christi significa que Dios nos llama a la santidad, a la caridad. Recordó que ahora nos toca a nosotros llevar el amor de Cristo y extenderlo por el mundo, si somos lo que estamos llamados a ser. ¡Cuántas confesiones, cuánta caridad derramó un “sí”, el de Nuestro Padre! Por eso en los Encuentros de Juventud y Familia –comentó el padre Álvaro-, no se ven personas que “hacen” apostolado, sino personas que están marcadas por el amor a Cristo».
Nuestro Padre murió feliz. Fueron, de hecho, sus últimas palabras. Ya en sus últimas horas, con la conciencia debilitada, un médico le preguntó: “¿Está usted feliz?”. Y, ciertamente con dificultad, Nuestro Padre respondió: “sí”.
Desarrolló otros dos aspectos:  esperanza, que es activa, que camina hacia el cielo y nos hace aprovechar cada segundo de la vida, y compromiso. Compromiso, más que nunca. Hoy nos toca, más que nunca, a nosotros. El compromiso que Jesucristo nos deja de ser santos, ser apóstoles y vivir el mandato sin el cual nada tiene sentido y con el cual todo tiene sentido:  la caridad.



Recordó el P. Álvaro que lo más importante no son las obras, sino la santidad de las personas. Por eso en 1998, precisamente en un 2 de febrero, Nuestro Padre escribió en una tarjeta al volver de la ceremonia de renovación de votos en el Vaticano: «Quiero ser como un cirio que se consume…». Habló a continuación de una niña que se había incorporado al ECYD a los 9 años y que nos ayuda a valorar nuestra vocación de cofundadores. Ella quería ser aún cofundadora, y temía que al llegar a la edad de incorporación ya no pudiera serlo.
Invitó a todos a agradecer a Dios por el arrojo apostólico de los Legionarios y los miembros del Regnum Christi, y recordó que Nuestro Padre nos dijo siempre que nuestro signo distintivo debía ser la caridad.



El P. Álvaro invitó a pensar en el recibimiento que Nuestro Padre tendría al llegar al cielo, el reencontrarse con Mamá Maurita y sus cofundadores que ya habían llegado a la meta y gozaban del abrazo eterno con Dios. Por ello no tenemos pretexto para no ser santos. No hay excusa para no llegar también nosotros, fieles hasta el final, en el amor.


Antes de concluir la homilía dirigió una profunda y sencilla invocación a la Santísima Virgen: «María Santísima: intercede por nosotros. No nos dejes solos y huérfanos. Ayúdanos a vivir en oración intensa». Y concluyó:  «Gracias, Nuestro Padre, por habernos llevado al don más grande que un hombre en la tierra puede poseer: la amistad con Cristo».



El P. Álvaro rocía con agua bendita los restos de Nuestro Padre al final de la celebración eucarística.


Al concluir la celebración eucarística, según el rito correspondiente, inició la procesión, en la que diversos grupos de legionarios, miembros consagrados y señores del Regnum Christi fueron cargando el ataúd hasta depositarlo en la carroza fúnebre.





 

Inició el trayecto hacia la cripta de Cotija. 

La comitiva, que marchaba serena, rezando el rosario, en medio de un ambiente de oración, se detuvo ante el cerro calabazo. Allí, Mons. Pedro Pablo Elizondo leyó este texto:
«Desde que yo era un adolescente, Dios Nuestro Señor me concedió la gracia de percibir con nitidez y hondura esta realidad que toca íntimamente la existencia de todos los seres humanos: la vida es un breve lapso, apenas un parpadeo, comparada con la eternidad que nos espera más allá de este paso fugaz por el tiempo.
Recuerdo que me gustaba subir por las tardes a uno de los cerros afuera de Cotija, mi pueblo natal; y desde allí, conversando con Dios, contemplaba allá abajo, al pie de la colina, el cementerio con sus tumbas adornadas de flores, más allá, en el llano, los tejados rojos del caserío, y como hincado en medio de ellos  el campanario con la cúpula de la iglesia parroquial. Me preguntaba, con las palabras sencillas que puede haber en la cabeza de un muchacho de pueblo de 13, 14 años, qué es esto de vivir, si a fin de cuentas todos venimos acabando en una tumba.


Llegada a la cripta de Cotija
Me daba cuenta de que yo podía escoger entre dos caminos. Uno, el camino fácil del "tirar adelante" por la vida, sin mayor preocupación: buscarme una buena fuente de recursos para mi sustento y, eventualmente, para asegurar el futuro de una familia; tratar de ganar buen dinerito; soslayar del mejor modo posible las penurias de la vida; y gozar al máximo los pocos años que tenía delante de mí.
El otro camino se presentaba, con mucho, más arduo y escabroso. Se trataba de construir la vida, minuto a minuto, mirando hacia la eternidad. Tomar cada instante de mi tiempo como una oportunidad que Dios me concedía para hacer algo por Él y por el bien de mis hermanos. "Invertir", por así decir, cada segundo, en algo constructivo, en algo que sirviera para los demás, y me asegurara, además, la vida eterna.
La opción era clara. Y así, sobre aquella colina, al cobijo del crepúsculo encendido, iba madurando en mi interior, tarde a tarde, la idea y el propósito de que yo tendría que gastar mi vida entera por algo que en verdad valiera la pena; por algo que no se fuera a terminar cuando otros sepultaran mi cadáver; por algo que dejara una huella profunda en la historia y en el mundo; en una palabra, por algo que pudiera llevar conmigo a la eternidad » (CNP 10 mar 1993).

Llegado a la cripta, el féretro fue depositado. El P. Álvaro le dio una última bendición. Los presentes entonaron la Salve Regina, para encomendar el eterno descanso de Nuestro Padre a la Santísima Virgen María y se tuvo la bendición final.

            Son muchos los pensamientos y reflexiones que en estos momentos acuden a la mente y al corazón de los legionarios y consagrados. Preferimos dar paso al silencio contemplativo que sabe descubrir, como María, la mano de Dios detrás de todos los acontecimientos.

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LaRed
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LaRed, 6 de febrero de 2008




El último viaje de Nuestro Padre (II)
Ofrecemos la carta que el P. Álvaro dirigió a los legionarios y miembros consagrados del Regnum Christi con motivo del fallecimiento de Nuestro Padre, junto con algunas imágenes de los momentos vividos en Cotija el pasado 2 de febrero.


Cotija de la Paz, Mich., 3 de febrero de 2008

Muy estimados en Jesucristo:

     En estos días he estado recibiendo innumerables manifestaciones de cercanía de todos ustedes, como muestra del espíritu de familia que Dios, con infinita bondad nos regala y en las que se palpa la fe tan profunda que anima nuestras vidas. Sólo Dios sabe cuánto se las agradezco. La única manera de hacerlo es ser siempre fieles al don más grande que hemos recibido, nuestro amor a Jesucristo. Ahora tengo la oportunidad de escribirles, aunque sea muy brevemente, desde aquí, la tierra que vio nacer a Nuestro Padre. Y parece como si el nombre mismo expresara la realidad tan maravillosa que Dios nos concede vivir en estos momentos: el don de la paz, dentro del dolor natural que nos acompaña también. Amor y dolor.

     Y es que, a pesar de toda la tristeza que sentimos, como hijos que hemos querido y queremos tanto a Nuestro Padre, sabiendo que en esta vida ya no tendremos el consuelo de su presencia física, en el fondo de nuestros corazones reina la paz, no la paz según el mundo, sino la que sólo puede dar Jesucristo. Y así se percibe aquí entre los padres, consagrados y consagradas, familiares de Nuestro Padre, y las personas que se han unido para despedirlo y, por así decirlo, entregarlo al Padre. De Él venimos y a Él volvemos. Y se percibe, de modo muy personal y cercano, en los mensajes que he podido leer de todos ustedes, a quienes tanto agradezco. Realmente tenemos que dar gracias a Dios de que nos permita vivir este milagro, fruto de la fe, de la esperanza que nos salva, y del amor. También es casi tangible la presencia de la Santísima Virgen, Madre solícita y fiel, que nunca nos retira su mirada amorosa. Fue Ella quien sostuvo los pasos de Nuestro Padre a lo largo de su peregrinación. Y ahora nos sostiene a nosotros, porque sabe muy bien que somos sus hijos y que necesitamos continuamente su protección.



     De hecho, ayer rezamos el rosario en la explanada de Nuestra Señora de la Paz, en una tarde espléndida, con un cielo muy azul y una suave brisa que era como la del Espíritu Santo que se quiere llevar las penas y llenar el alma de paz.

     Además de agradecerles con todo el corazón, quisiera en esta carta referirles de un modo muy sencillo el desarrollo de estos últimos días. Como les comenté en mi carta del 29 de enero, fue necesario que Nuestro Padre se sometiera a una intervención, que en sí misma salió bien, y de hecho Nuestro Padre pudo regresar a la casa dos días después. Sin embargo, muy pronto su cuerpo comenzó a debilitarse más. Fue entonces cuando les pedí incrementar sus oraciones. Sin embargo, no parecía que todo se fuera a desarrollar con tanta rapidez. Dios es el que sabe cómo y cuándo. Él, Padre misericordioso, nos lleva de la mano por sus designios misteriosos; es tanta su bondad, que para nosotros es imposible entender sus misterios de puro amor para sus hijos.

    

     Los dos últimos días Nuestro Padre los pasó prácticamente en estado inconsciente. Sólo en algunos muy breves momentos volvía en sí. Pero siempre se mantuvo muy sereno. Ya no hablaba, estábamos cerca de él, y sabíamos que estaba muy cercano y que él sabía que todos estábamos ahí muy cercanos. En un momento uno de los doctores que le estuvo atendiendo, se le acercó para preguntarle si estaba feliz. Pudo sacar fuerza para contestar “sí”. Esa fue su última palabra. Como el sí que le había dado a Dios cuando escuchó por primera vez la llamada. Un sí que ha hecho posible nuestro “sí”, y que miles de personas hayan encontrado a Dios y nos haya cambiado la vida. Un “sí”, que nos recuerda nuestra vocación a decir siempre “sí”, sea lo que sea, sin importar el precio. “Sí, padre, aquí estoy para hacer tu Voluntad”. Bien sabemos que el sí a la voluntad del Padre, es lo único que nos llena de paz.



     Aunque ya anteriormente los padres le habían administrado en diversos momentos la unción de los enfermos, pude también, dos días antes de su muerte, darle la unción, la absolución, la última comunión, viático para ese último tramo del camino que ya no vuelve, porque termina en el cielo, en el abrazo tan largamente anhelado con el Padre. Me quedé un buen rato con él, primero, rezando al lado de su cama, y luego, me acerqué para conversarle, hablarle de cuánto lo ha querido Cristo, de lo que Dios ha hecho por medio de la Legión y del Movimiento para el bien de tantas almas, y al final le hice el signo de la cruz, y le di un abrazo a nombre de todos y de todas las consagradas. La última vez que le hablé por teléfono, llegando a Jerusalén, hacía muy poco tiempo, le había dicho que le mandaba un abrazo muy grande de parte de todos. Y él me contestó: “pues yo les envío uno aún más grande”.



  

     Nos disponíamos a iniciar la concelebración de la Santa Misa cuando Dios lo llamó a su presencia. El cuarto estaba iluminado, sereno, lleno de una paz que no es posible describir. A su lado tenía una cruz que le había llevado de Jerusalén, con tierra del Calvario. Un rosario de Getsemaní, recordando tantas veces que nos habló de lo que significaba la voluntad de Dios unida a la de Cristo, que con lágrimas y sudor de sangre, abrazaba hasta la muerte de cruz, la voluntad del Padre, para nuestra salvación. Enfrente, la imagen de la Virgen de Guadalupe, como él lo había pedido. Ahí estaba, es Ella, la Madre fiel. Quería que Ella, que recibió su sacerdocio, lo acompañara también en sus últimos momentos. Y así, en paz, sin angustias, simplemente dejó de respirar. Dios había querido que estuviésemos a su lado; allí estaba toda la Legión y el Movimiento, en ese cuarto, en los que experimentábamos al Dulce Huésped del alma, al Consolador, al Padre de las misericordias. El P. Alfonso Corona le colocó su estola. El P. Óscar de la Torre le puso la cruz en su pecho, y así, una cruz amorosa, envolviéndole, sellaba su vida.

     ¡Cuánto dolor en esos últimos días! Sólo Dios conoce. Pero a la vez, llegado el punto final, qué alegría ver que ya, por fin, llegaba a la meta que tanto soñó, por la que vivió, trabajó y sufrió durante su vida. Estábamos presenciando el abrazo eterno. Terminó para él la larga peregrinación, y ese camino de amor y dolor, para que Dios se lo llevase con mucha paz, después de sus cerca de 88 años.

     Diez sacerdotes celebramos la misa; participaron dos consagradas santas. Fue ésa la primera Misa de cuerpo presente. Veía la cruz, y era como si Dios desclavara sus manos y sus pies, y dejara disponible la cruz para que otros, nosotros, subamos a clavarnos en ella. Es el turno de los cofundadores. Cuando tenía a Cristo en la Eucaristía, en la consagración, veía el rostro de paz con el que había muerto. Y así, recordaba en el corazón que todo lo hemos de ver desde el amor de Cristo. Si estábamos ahí, como sacerdotes, era por el sí de su sacerdocio. Si estábamos como consagrados y consagradas, era por un “sí”. ¿Cuántas veces ha venido Cristo a acompañarnos en la Eucaristía, después de su “sí”? ¿Cuántas confesiones, perdón, misericordia, salvación? ¿Cuántas almas santas, llenas de caridad, de pasión apostólica, gracias a este sí, de un hombre a quien hemos llamado con toda nuestra fe y cariño “Nuestro Padre”?


    

     Después vino un momento de espera, que se prolongó más de dos días, porque había que gestionar los trámites legales para el traslado del cuerpo a Guadalajara. No era posible determinar cuánto tiempo sería necesario esperar. Por eso tampoco se podía fijar una fecha y hora para el rito del funeral.

     Finalmente el cuerpo llegó a Guadalajara, en torno a la media noche entre el viernes y el sábado. De inmediato se hizo el traslado a Cotija, y llegó al Centro Cultural “Santa María de la Montaña” a las 5.00 de la mañana. Allí estaba el P. Evaristo esperándolo, lo recibió y celebró la santa misa. Se tuvo un rato de velación. Allí estaban también Mons. Jorge Bernal y otros de los primeros, representando a quienes creyeron desde el inicio. Lo veía de rodillas, al lado del féretro, como un soldado fiel, como un hijo agradecido y con el reto de dejar a las demás generaciones lo que Dios, a través de él, nos ha dejado.



     A las 7.00 comenzamos la Misa de Exequias. Pudieron participar algunos familiares de Nuestro Padre, las comunidades legionarias y los equipos de consagradas de Guadalajara, un grupo de señores que estaban realizando allí un cursillo de Reino, y algunas personas de Cotija. Nuestro Padre siempre había querido algo muy sencillo, en un clima de oración e intimidad. Recordaba mucho esa carta que me envió en 1991 y que me había pedido guardar cerrada hasta los últimos momentos de su vida, en donde me hacía la petición de que todo se desarrollase así. Al final decía: “Nos vemos, padre, para el abrazo eterno de Dios”.

     La santa misa se desarrolló en un clima muy hermoso de familia, de sencillez. Se sentía que en esa capilla estaban presentes espiritualmente todos los legionarios, y todos los miembros del Movimiento. Allí estábamos todos, hijos agradecidos y cofundadores que luchamos por ser fieles, para ofrecer con la Eucaristía, en la patena, la vida y la muerte de Nuestro Padre. Había una gran tristeza. No podía no haber. Pero había, sobre todo, una grandísima paz. Estoy seguro que él nos decía, desde el cielo, que no podíamos estar tristes; resonaba en el interior la invitación de san Pablo a ver las cosas de arriba, y aquella otra en que nos exhorta a estar “siempre alegres en el Señor”. ¿Cómo no estarlo, si por fin llegó a la meta, al abrazo eterno?


     Para la homilía estoy seguro que el silencio eran las mejores palabras. Quería escucharle a él, sobre todo para ver qué nos quería decir Dios en este momento, como Padre amoroso; cómo podría resumir, de algún modo, lo que todos teníamos en el corazón. Me parecía imposible. No sé cuánto valor pueda tener lo que en ese momento se habrá dicho, pero se las mandaré por si puede servir de algo, y sobre todo, porque sé que todos queremos unirnos, más que nunca, en este momento.

     Terminó la misa y nos encaminamos hacia la cripta, en oración, detrás del féretro. Cuando la carroza pasó por el cerrito Calabazo se detuvo. Allí Mons. Pedro Pablo leyó unos párrafos de la carta de Nuestro Padre sobre el tiempo y la eternidad. Era sobrecogedor escuchar aquella experiencia tan sublime que tuvo Nuestro Padre hace 75 años. No hay duda de que esas contemplaciones eran diálogos intensos con Dios, tan íntimos que marcaron para siempre su existencia:

     «Desde que yo era un adolescente, Dios nuestro Señor me con­cedió la gracia de percibir con nitidez y hondura esta realidad que toca íntimamente la existencia de todos los seres humanos: la vida es un breve lapso, apenas un parpadeo, comparada con la eternidad que nos espera más allá de este paso fugaz por el tiempo.
     Recuerdo que me gustaba subir por las tardes a uno de los cerros afuera de Cotija, mi pueblo natal; y desde allí, conversando con Dios, contemplaba allá abajo, al pie de la colina, el cementerio con sus tumbas adornadas de flores, más allá, en el llano, los tejados rojos del caserío, y como hincado en medio de ellos, el campanario con la cúpula de la iglesia parroquial. Me preguntaba, con las palabras sencillas que puede haber en la cabeza de un muchacho de pueblo de 13, 14 años, qué es esto de vivir, si a fin de cuentas todos venimos acabando en una tumba.
     Me daba cuenta de que yo podía escoger entre dos caminos. Uno, el camino fácil del "tirar adelante" por la vida, sin mayor preocupación: buscarme una buena fuente de recursos para mi sustento y, eventualmente, para asegurar el futuro de una familia; tratar de ganar buen dinerito; soslayar del mejor modo posible las penurias de la vida; y gozar al máximo los pocos años que tenía delante de mí.
     El otro camino se presentaba, con mucho, más arduo y escabroso. Se trataba de construir la vida, minuto a minuto, mirando hacia la eternidad. Tomar cada instante de mi tiempo como una oportunidad que Dios me concedía para hacer algo por Él y por el bien de mis hermanos. "Invertir", por así decir, cada segundo, en algo constructivo, en algo que sirviera para los demás, y me asegurara, además, la vida eterna.
     La opción era clara. Y así, sobre aquella colina, al cobijo del crepúsculo encendido, iba madurando en mi interior, tarde a tarde, la idea y el propósito de que yo tendría que gastar mi vida entera por algo que en verdad valiera la pena; por algo que no se fuera a terminar cuando otros sepultaran mi cadáver; por algo que dejara una huella profunda en la historia y en el mundo; en una palabra, por algo que pudiera llevar conmigo a la eternidad».

  




     Y pensaba, ahora que nos tocaba a nosotros sepultar su cadáver, que en verdad Nuestro Padre ha cumplido sus propósitos, ciertamente con la ayuda de Dios. Ha dejado una huella muy honda en la historia y en el mundo. Nosotros ahora estamos apenas empezando a ver los frutos de su vida.

     Continuamos el trayecto, hasta llegar a la cripta. Allí no cabían todas las personas que asistían, así que pudieron entrar los hermanos de Nuestro Padre y algunos representantes de los diversos grupos. Todos somos conscientes de la misión que hemos recibido como cofundadores. ¡Qué reto! Creo, muy queridos padres y hermanos, consagrados y consagradas, que no tenemos opción sino ser santos, llevar a la Legión y al Movimiento hasta donde Dios quiere que lleguen. Que no temamos, que seamos más valerosos que nunca, que crezcamos más que nunca. ¡No le podemos fallar al Amigo, a Cristo! No le podemos fallar a Nuestro Padre, que nos ha dejado lo que hemos recibido; ni a los primeros legionarios, que han dado su vida, y de los cuales algunos ya están en el cielo. Si se puede decir, no tenemos derecho a no ser santos y a no vivir el mandato de Cristo, el descanso de nuestros corazones, el fin por el que fuimos creados: la caridad.



     Dios mediante, mañana tendremos la misa en la Parroquia de Cotija. Vendrán todos los legionarios, consagrados y consagradas de México. El miércoles de ceniza tendremos la misa en la Universidad Anáhuac con los miembros del Movimiento.

     Les mando un abrazo de familia, más cercana que nunca, arraigados, como la casa construida sobre cimientos sólidos, en las virtudes teologales, en el amor a Cristo. Les ruego, por favor, no dejen de encomendarme para que sea también fiel. Espero seguir en comunicación con todos ustedes, y los tendré muy presentes ante la Eucaristía y ante la Santísima Virgen. Con toda mi gratitud, quedo su afmo. servidor en Jesucristo,

   

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De acuerdo con lo establecido en el protocolo S.G. 2607-2007/11, este servicio es para uso interno de los legionarios y miembros consagrados, por lo que no deberá reenviarse a terceros. Las páginas de la Legión y el Movimiento cuentan con los artículos elegidos para el público en general. Asimismo, existen los boletines informativos del Regnum Christi que se envían por correo electrónico desde la página del Regnum Christi.

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LaRed
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LaRed, 8 de febrero de 2008




Misa en el santuario de Nuestra Señora de San Juan del Barrio
El pasado domingo 3 de febrero, se tuvo una misa por el eterno descanso de Nuestro Padre en el santuario de Nuestra Señora de San Juan del Barrio, ubicada a unos pocos kilómetros de Cotija. A este santuario acuden los cotijenses para implorar favores y dar gracias a la Virgen María. También Nuestro Padre acudió muchas veces a este lugar para ponerse a los pies de la Santísima Virgen. La concelebración eucarística tuvo lugar en la antigua capilla recientemente renovada por deseo de Nuestro Padre (Cf. LaRed, 15 de enero de 2008). Estuvieron presentes legionarios y miembros consagrados, junto con la familia de Nuestro Padre.
   





   
En la homilía, el P. Luis Garza desarrolló el significado que tienen las palabras del evangelio: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15,16) en este momento de la vida de la Legión. «A nosotros cofundadores nos toca la misión de llevar adelante la Legión en su misión de predicar y vivir el amor en nuestras vidas y obras de apostolado», dijo el P. Luis. En las oraciones de los fieles se pidió también por el P. Conrado, quien fue párroco de Cotija durante muchos años y falleció el mismo día que Nuestro Padre.

  







  

    




Visita a la cripta
Por la tarde, hacia las 6:30 p.m., un grupo se reunió en la cripta para rezar el rosario ante la sepultura de Nuestro Padre. En esos momentos, los albañiles estaban colocando el muro que sella el nicho donde descansan sus restos, ya que el día anterior se había cerrado simplemente con la lápida, de manera provisional.



Después del rosario, y mientras continuaban los trabajos, el P. Leonardo Núñez, director territorial de Monterrey, organizó la lectura de algunos textos de las meditaciones de Nuestro Padre recogidas en el libro «Oraciones de corazón a Corazón». Transcribimos algunos párrafos:
«Aquí, en este lugar donde yacen las cenizas de los seres queridos, enséñame lo que soy: polvo, ceniza, nada.» (Acción de gracias ante la tumba de Mamá Maurita. Cotija, 12 de octubre de 1999).

«Son dos verdades que no puedo negar: mi creación en el tiempo y el momento solemne y definitivo de mi vuelta a ti, después de la muerte. Me has querido enseñar, con tu doctrina y con tu ejemplo, el verdadero camino que he debido recorrer para llegar a ti, para lograr este tránsito de la vida a la muerte, del tiempo a la eternidad, con paz, con alegría, pensando en que por fin me encontraré Contigo, cara a cara, por toda la eternidad.» (Acción de gracias en la misa de renovación de promesas bautismales, después de los ejercicios espirituales para superiores del territorio de Italia. Roma, 3 de febrero de 2001).


Sobre el cuerpo de Nuestro Padre se colocó una imagen de la Virgen de Guadalupe.

«Me has hecho vivir en un periodo de la historia de la humanidad verdaderamente maravilloso, grandioso, lleno de luces inmensas y de grandes sombras como es el hombre, como es el corazón humano.» (Palabras en el comedor del centro de estudios superiores de Roma, 10 de marzo de 1998).

      


Nuestro Padre siempre había querido descansar bajo la mirada y protección de la Virgen de Guadalupe. Por ello, sobre el ataúd y dentro de la tumba, el P. Evaristo Sada, L.C., colocó una imagen de la Virgen de Guadalupe que quedará allí para siempre, simbolizando el amor maternal de María hacia Nuestro Padre.

    


Un grupo de señoritas consagradas permaneció allí cantando durante las cuatro horas que duraron los trabajos. Entonaron los cantos que gustaban particularmente a Nuestro Padre como: «Amor eterno», «la Salve Rociera», «Solamente una vez», etc.

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